Una dimensión teológica y antropológica del Adviento
por el P. Marco Durazo
Esta reflexión ha sido adaptada de las meditaciones de San Juan Pablo II durante las audiencias de aviento los miércoles de 1978.
¿Qué significa «el Adviento»? ¿Por qué precisamente «el Adviento» forma parte de la sustancia misma del cristianismo? ¿Por qué viene Dios?
El significado del Adviento
Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que «remontarse» a los comienzos, y al mismo tiempo «descender» en profundidad. Escogiendo como tema de nuestra meditación las primeras palabras del libro del Génesis: «Al principio creó Dios» (Beresit bara Elohim), se puede establecer, entre otras cosas, que para entender el Adviento en todo su significado hay que entrar también en el tema del «hombre». El significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la revelación primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro Credo). Pero, al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de la reflexión profunda sobre la realidad del hombre.
Imagen y semejanza de Dios
En el libro del Génesis encontramos las palabras que define al hombre como «imagen y semejanza de Dios». La descripción de la creación del hombre, el sexto día, se diferencia un poco de las descripciones sobre la creación precedentes. En estas descripciones somos testigos sólo del acto de crear expresado con estas palabras: «Dijo Dios —hágase—»...; en cambio, aquí, el autor inspirado quiere poner en evidencia primeramente la intención y el designio del Creador (del Dios‑Elohim); así leemos: «Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26). Como si el Creador entrase en sí mismo; como si, al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra: «hágase», sino como si de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser. Y se comprende, pues no se trata sólo del existir, sino de la imagen. La imagen debe «reflejar», debe como reproducir en cierto modo «la sustancia» de su Modelo. El Creador dice además «a nuestra semejanza». Es obvio que no se debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios. Adviento significa «venida». Si Dios «viene» al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una «dimensión de espera» capaz de hacerlo. Ser creado a su imagen es la disposición por cuyo medio el hombre puede «acoger» a Dios y ser su testigo.
El hombre es testigo
¿De qué somos testigos? el primer «hombre» por primera vez realiza el acto fundamental de conocimiento del mundo. Al mismo tiempo, este acto humano le permite conocerse y distinguirse a sí mismo de todas las otras criaturas y sobre todo de quienes en cuanto «seres vivos» —dotados de vida vegetativa y sensitiva— muestran proporcionalmente mayor semejanza con él, «con el hombre», dotado también de vida vegetativa y sensitiva. Se podría decir que el primer hombre hace lo que de costumbre realiza el hombre de todos los tiempos, es decir, reflexiona sobre su propio ser y se pregunta quién es él. Resultado de dicho proceso cognoscitivo es la comprobación de la diferencia fundamental y esencial. Soy diferente. Soy más «diferente» que «semejante». La descripción bíblica termina diciendo: «No había para el hombre ayuda semejante a él» (Gén 2, 20).
El carácter histórico del Adviento
El libro del Génesis señala el comienzo de la existencia del mundo y del hombre. Al interpretarlo, debemos ciertamente construir, como lo ha hecho Santo Tomás de Aquino, una consiguiente filosofía del ser, filosofía en la que quedará expresado el orden mismo de la existencia. Sin embargo, el libro del Génesis habla de la creación como don. Al crear el mundo visible, Dios es el donante, y el hombre es el que recibe el don. Es aquel para quien Dios crea el mundo visible, aquel a quien Dios introduce desde los comienzos no sólo en el orden de la existencia, sino también en el orden de la donación. El hecho de que el hombre es «imagen y semejanza» de Dios significa, entre otras cosas, que es capaz de recibir el don, que es sensible a este don y que es capaz de corresponder a él. Por esto precisamente establece Dios desde el principio con el hombre —y sólo con él— la alianza. Y Dios vio que su creación del hombre era muy buena. El libro del Génesis también nos revela no sólo el orden natural de la existencia, sino a la vez y desde el principio, el orden sobrenatural de la gracia. De la gracia podemos hablar sólo si admitimos la realidad del don. Recordemos el catecismo: la gracia es el don sobrenatural de Dios por el que llegamos a ser hijos de Dios y herederos del cielo. En toda esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente, la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.
Conexión con el Adviento
Podemos afirmar entonces que el Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres, hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones para mostrar la imagen verdadera de Dios.
El orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho, el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta «comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con su mismo Ser). Para todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la disponibilidad del hombre. Sabemos que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y por eso el Adviento dura siempre. La realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Este querer de Dios es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo advenimiento.
Ven Señor Jesus!
Las liturgias de Adviento nos recuerdan que el Señor está cerca. Normalmente, en nuestro Seminario, con la Liturgias de las Horas y la celebración de la Eucaristía, tanto seminaristas como sacerdotes rezamos cada día las maravillosas «antífonas mayores» del Adviento que preparan el corazón y la conciencia para su venida. Durante este tiempo, se ofrecen servicios penitenciales en las iglesias en las que los confesionarios se encuentran abarrotados. Este es un tiempo en que los diversos grupos parroquiales se organizan para celebrar las famosas “posadas” que suponen una verdadera presencia de Dios en sus vidas. La alegría mayor de esta espera del Adviento es la que viven los niños al recibir los dulces y al participar de la vida comunitaria de su Iglesia, pero que también es obscurecida por la venida de “Santa Claus” —o si se prefiere la venida de los “Happy Holydays”—, imagen utilizada para promover el consumismo y con ello reafirmar las formas de pensamiento individualistas tan penetrantes y arraigadas en nuestra sociedad.
La dimensión ética del Adviento
La realidad es que la vida del hombre, es decir, la convivencia entre los seres humanos se desarrolla en una dimensión ética, y ésta es su característica esencial, y es también la dimensión esencial de la cultura humana.
El pecado «nace» al mismo tiempo «del exterior» —de la tentación— y «de dentro». El tentador se expresa con las siguientes palabras: «Sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gén 3, 5). El contenido de la tentación toca lo que el mismo Creador ha plasmado en el hombre —porque, de hecho, ha sido creado a «semejanza de Dios», que quiere decir «igual que Dios»—. Toca también al deseo de conocer que hay en el hombre y al anhelo de dignidad. Sólo que lo uno y lo otro se falsifica de tal manera, que tanto el anhelo de conocer como el de dignidad —es decir, la semejanza con Dios—, son utilizados para contraponer al hombre con Dios. El tentador coloca al hombre contra Dios, sugiriéndole que Dios es su adversario, el cual intenta mantener al hombre en el estado de «ignorancia»; que pretende «limitarlo» para subyugarlo. El tentador dice: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como El, conocedores del bien y del mal» (según la antigua versión: «seréis como Dios» (Gén 3, 4‑5).
¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Para comprender mejor el Adviento. Adviento quiere decir Dios que viene, porque quiere que «todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Viene porque ha creado al mundo y al hombre por amor, y con él ha establecido el orden de la gracia. Pero viene «por causa del pecado», viene «a pesar del pecado», viene para quitar el pecado. Por eso no nos extrañamos de que, como lo expresa nuestra religiosidad popular de las posadas, en la noche de Navidad, María y José no encuentren sitio en las casas de Belén y Jesús deba nacer en un establo (en la cueva que servía de refugio a los animales).
Pero lo más importante es el hecho de que Él viene. El adviento de cada año nos recuerda que la gracia, es decir, la voluntad de Dios para salvar al hombre es más poderosa que el pecado.
El significado del Adviento
Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que «remontarse» a los comienzos, y al mismo tiempo «descender» en profundidad. Escogiendo como tema de nuestra meditación las primeras palabras del libro del Génesis: «Al principio creó Dios» (Beresit bara Elohim), se puede establecer, entre otras cosas, que para entender el Adviento en todo su significado hay que entrar también en el tema del «hombre». El significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la revelación primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro Credo). Pero, al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de la reflexión profunda sobre la realidad del hombre.
Imagen y semejanza de Dios
En el libro del Génesis encontramos las palabras que define al hombre como «imagen y semejanza de Dios». La descripción de la creación del hombre, el sexto día, se diferencia un poco de las descripciones sobre la creación precedentes. En estas descripciones somos testigos sólo del acto de crear expresado con estas palabras: «Dijo Dios —hágase—»...; en cambio, aquí, el autor inspirado quiere poner en evidencia primeramente la intención y el designio del Creador (del Dios‑Elohim); así leemos: «Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26). Como si el Creador entrase en sí mismo; como si, al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra: «hágase», sino como si de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser. Y se comprende, pues no se trata sólo del existir, sino de la imagen. La imagen debe «reflejar», debe como reproducir en cierto modo «la sustancia» de su Modelo. El Creador dice además «a nuestra semejanza». Es obvio que no se debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios. Adviento significa «venida». Si Dios «viene» al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una «dimensión de espera» capaz de hacerlo. Ser creado a su imagen es la disposición por cuyo medio el hombre puede «acoger» a Dios y ser su testigo.
El hombre es testigo
¿De qué somos testigos? el primer «hombre» por primera vez realiza el acto fundamental de conocimiento del mundo. Al mismo tiempo, este acto humano le permite conocerse y distinguirse a sí mismo de todas las otras criaturas y sobre todo de quienes en cuanto «seres vivos» —dotados de vida vegetativa y sensitiva— muestran proporcionalmente mayor semejanza con él, «con el hombre», dotado también de vida vegetativa y sensitiva. Se podría decir que el primer hombre hace lo que de costumbre realiza el hombre de todos los tiempos, es decir, reflexiona sobre su propio ser y se pregunta quién es él. Resultado de dicho proceso cognoscitivo es la comprobación de la diferencia fundamental y esencial. Soy diferente. Soy más «diferente» que «semejante». La descripción bíblica termina diciendo: «No había para el hombre ayuda semejante a él» (Gén 2, 20).
El carácter histórico del Adviento
El libro del Génesis señala el comienzo de la existencia del mundo y del hombre. Al interpretarlo, debemos ciertamente construir, como lo ha hecho Santo Tomás de Aquino, una consiguiente filosofía del ser, filosofía en la que quedará expresado el orden mismo de la existencia. Sin embargo, el libro del Génesis habla de la creación como don. Al crear el mundo visible, Dios es el donante, y el hombre es el que recibe el don. Es aquel para quien Dios crea el mundo visible, aquel a quien Dios introduce desde los comienzos no sólo en el orden de la existencia, sino también en el orden de la donación. El hecho de que el hombre es «imagen y semejanza» de Dios significa, entre otras cosas, que es capaz de recibir el don, que es sensible a este don y que es capaz de corresponder a él. Por esto precisamente establece Dios desde el principio con el hombre —y sólo con él— la alianza. Y Dios vio que su creación del hombre era muy buena. El libro del Génesis también nos revela no sólo el orden natural de la existencia, sino a la vez y desde el principio, el orden sobrenatural de la gracia. De la gracia podemos hablar sólo si admitimos la realidad del don. Recordemos el catecismo: la gracia es el don sobrenatural de Dios por el que llegamos a ser hijos de Dios y herederos del cielo. En toda esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente, la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.
Conexión con el Adviento
Podemos afirmar entonces que el Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres, hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones para mostrar la imagen verdadera de Dios.
El orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho, el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta «comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con su mismo Ser). Para todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la disponibilidad del hombre. Sabemos que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y por eso el Adviento dura siempre. La realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Este querer de Dios es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo advenimiento.
Ven Señor Jesus!
Las liturgias de Adviento nos recuerdan que el Señor está cerca. Normalmente, en nuestro Seminario, con la Liturgias de las Horas y la celebración de la Eucaristía, tanto seminaristas como sacerdotes rezamos cada día las maravillosas «antífonas mayores» del Adviento que preparan el corazón y la conciencia para su venida. Durante este tiempo, se ofrecen servicios penitenciales en las iglesias en las que los confesionarios se encuentran abarrotados. Este es un tiempo en que los diversos grupos parroquiales se organizan para celebrar las famosas “posadas” que suponen una verdadera presencia de Dios en sus vidas. La alegría mayor de esta espera del Adviento es la que viven los niños al recibir los dulces y al participar de la vida comunitaria de su Iglesia, pero que también es obscurecida por la venida de “Santa Claus” —o si se prefiere la venida de los “Happy Holydays”—, imagen utilizada para promover el consumismo y con ello reafirmar las formas de pensamiento individualistas tan penetrantes y arraigadas en nuestra sociedad.
La dimensión ética del Adviento
La realidad es que la vida del hombre, es decir, la convivencia entre los seres humanos se desarrolla en una dimensión ética, y ésta es su característica esencial, y es también la dimensión esencial de la cultura humana.
El pecado «nace» al mismo tiempo «del exterior» —de la tentación— y «de dentro». El tentador se expresa con las siguientes palabras: «Sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gén 3, 5). El contenido de la tentación toca lo que el mismo Creador ha plasmado en el hombre —porque, de hecho, ha sido creado a «semejanza de Dios», que quiere decir «igual que Dios»—. Toca también al deseo de conocer que hay en el hombre y al anhelo de dignidad. Sólo que lo uno y lo otro se falsifica de tal manera, que tanto el anhelo de conocer como el de dignidad —es decir, la semejanza con Dios—, son utilizados para contraponer al hombre con Dios. El tentador coloca al hombre contra Dios, sugiriéndole que Dios es su adversario, el cual intenta mantener al hombre en el estado de «ignorancia»; que pretende «limitarlo» para subyugarlo. El tentador dice: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como El, conocedores del bien y del mal» (según la antigua versión: «seréis como Dios» (Gén 3, 4‑5).
¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Para comprender mejor el Adviento. Adviento quiere decir Dios que viene, porque quiere que «todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Viene porque ha creado al mundo y al hombre por amor, y con él ha establecido el orden de la gracia. Pero viene «por causa del pecado», viene «a pesar del pecado», viene para quitar el pecado. Por eso no nos extrañamos de que, como lo expresa nuestra religiosidad popular de las posadas, en la noche de Navidad, María y José no encuentren sitio en las casas de Belén y Jesús deba nacer en un establo (en la cueva que servía de refugio a los animales).
Pero lo más importante es el hecho de que Él viene. El adviento de cada año nos recuerda que la gracia, es decir, la voluntad de Dios para salvar al hombre es más poderosa que el pecado.